Las miserias de la felicidad

28.06.2024
El margen de libre elección que queda una vez satisfechas las necesidades en las que los ricos y poderosos se ven obligados a sucumbir. El poder gastar es la recompensa esperada a cambio de la tortura diaria de tomar decisiones azarosas y de noches de insomnio acechadas por los horrores de los pasos en falso y las apuestas equivocadas; 


El tipo de sentimiento que tal vez antaño experimentaban los místicos cuando oían al mensajero celestial que les otorgaba la gracía divina, pero que en nuestra época sobria, materialista y realista de la «felícidad inmediata», rara vez se consigue si no es pasando por caja. Una fragancia inusual que ofrecen un emblema olfativo de magnificencia y de pertinencia a la compañía de los magníficos. Esta combinación lleva a la sensación de exclusividad, de ser uno de los pocos seleccionados. Las delicias del paladar, la vista, el oído, el olfato y el tacto se multiplican gracias al conocimiento de que son tan pocos, si es que hay alguno más, los que paladean o sienten estas sensaciones tan placenteras y que muchos darían un brazo o una pierna para alcanzarlas. ¿Es el sentido del privilegio lo que hace felices a los ricos y poderosos? El progreso hacia la felicidad ¿se mide por el número cada vez más reducido de compañeros de viaje? 

Las alegrías momentáneas que proporciona se disuelven y desaparecen rápidamente dejando tras de sí una ansiedad de larga duración.

La lucha por la legitimación mediante la magnificencia y el exceso implica inestabilidad y vulnerabilidad. Los ocupantes de este «mundo de fantasía» son conscientes de que «nunca tendrán bastante o, en realidad, nunca lo bastante bueno para sentirse seguros. El consumo no los lleva a la seguridad ni a la saciedad, sino a la ansiedad. Lo suficiente nunca puede ser suficiente». La perspectiva del dolor de la ansiedad, por desconcertante que sea, es un precio menor para alcanzar la cima. El mensaje parece tan inteligente como claro y sencillo: el camino hacia la felicidad pasa por la tienda y, cuanto más exclusiva sea, mayor es la felicidad alcanzada. Alcanzar la felicidad significa adquirir cosas que otras personas no tienen la oportunidad ni la perspectiva de adquirir. 


La promesa de la norma universal de individualización también funciona para ti ... La autoestima y la estimulación de! ego que se derivan de la exhibición de las habilidades supremas de uno se obtienen a expensas de la humillación de! protagonista. La adquisición y disfrute están más allá de la capacidad de la persona, genera los sentimientos más fuertes: un deseo abrumador (más bien atormentador, porque existe la sospecha de que es imposible de satisfacer) y, a la vez, un resentimiento o rencor causado por el desesperado intento de evitar el menosprecio y minimización de uno mismo mediante la degradación e infravaloración del valor en cuestión así como de las personas que lo poseen.

Vale la pena subrayar que, puesto que este sentimiento está compuesto por dos impulsos contradictorios, la experiencía de humillación provoca una actítud altamente ambivalente: una «disonancia cognitiva» prototípica, origen de un comportamiento irracional y de una fortaleza impenetrable contra los argumentos de la razón. Es también una fuente de perpetua ansiedad y de incomodidad espiritual para todos aquellos que lo sufren.

Nuestra vulnerabilidad es inevitable (y probablemente incurable) en un tipo de sociedad en el que la relativa igualdad de derechos políticos y de otro tipo, así como la igualdad social formalmente reconocida, van de la mano de enormes diferencias de poder, patrimonio y educación. Una sociedad en la que todo el mundo «tiene el derecho» de considerarse a sí mismo igual a cualquier otro cuando en realidad es íncapaz de ser igual que ellos.' En una sociedad así, la vulnerabilidad es también (al menos potencialmente) universal. Esta universalidad, así como la universalidad de la tentación de individualización, estrechamente relacionada con la anterior, refleja la irresoluble contradicción interna de una sociedad que establece un nivel de felicidad para todos sus miembros, un nivel que la mayoría de ese «todos» no puede alcanzar o se ve impedida de hacerlo. 

Cualquier frase que incluya la palabra «felicidad» provocará sin duda controversia. Para un observador externo, puede ser dificil distinguir la felicidad de una persona del horror de otra. Si la felicidad puede ser un «estado», sólo puede ser un estado de excitación espoleado por la insatisfacción.

Económicamente, provoca el paso de la satisfacción de necesidades a la producción de deseos. «Si vives conforme a la naturaleza, nunca serás pobre; si lo haces conforme a la opinión, nunca serás rico» «<Cada cual es tan desgraciado como imagina serlo.»). En lugar de buscar el camino de la felicidad dentro de los límites de su aprieto, dan un largo rodeo con la esperanza de que en algún punto de su recorrido podrán escapar o engañar a su destino odioso y repulsivo, sólo para aterrizar en la desesperación que los empujó a iniciar su viaje. El único descubrimiento que los humanos pueden hacer en este viaje es darse cuenta de que la ruta que escogieron no era más que un rodeo que, tarde o temprano, los devolverá al punto de partida. 

Entonces, ¿qué es lo que puede escoltarnos? Sólo una cosa, la filosofía. El secreto de una vida feliz es dominar las pasiones a la vez que se dar rienda suelta a la mente. Por tanto, no hay ningún estado ya existente que permita que un hombre o una mujer puedan sentarse en e! cómodo sillón de la autosatisfacción, y quedarse tranquilamente sentados o quietos, cuando este estado se ve enfrentado a un anhelo de! corazón hacia e! valor.

«<El amor ama y ve en el amar algo más que lo que tiene y posee en sus manos», Para resumirlo en pocas palabras, tendemos a dejar nuestra suerte personal en el umbral del destino impersonal no porque nuestras elecciones no tengan efecto en el itinerario de nuestras vidas sino porque en el momento que estamos produciendo este efecto no somos conscientes (y no podemos serlo plenamente) del tipo de efecto que hemos causado o que estamos a punto de causar. Dicho de otro modo, marcamos una diferencia, pero no sabemos de qué diferencia se trata. Tanto si hacemos algo como si desistimos de hacerlo habremos marcado una diferencia: no lo podemos evitar. Sin embargo, sólo podemos desear y tratar de conocer con anterioridad qué tipo de diferencia probablemente vamos a causar.

«El amor es principalmente dar, no recibir»." Cualquier tipo de precio puede significar una limitación de la extensión y la intensidad de la felicidad, una visión que no todo el mundo aceptará alegremente en todo momento. Si el amor es por su propia naturaleza una tendencia a unir los objetos de amor (una persona, un grupo de personas, una causa) en su lucha por realizarse, para ayudarlos en la lucha, para promover esta lucha y bendecir a los luchadores, «amar» significa estar dispuesto a abandonar el interés por uno mismo en favor del objeto, convertir la propia felicidad en un reflejo, un efecto colateral de la felicidad del otro... dando de igual modo. Esto explica por qué hoy el amor es al mismo tiempo anhelado y temido. También por qué la idea del compromiso (con otra persona, un grupo de personas o una causa) y en particular del compromiso incondicional e indefinido ha perdido el favor popular. En detrimento de los que lo eluden, porque el amor, la entrega y el compromiso con el otro, que es en lo que consiste el amor, crea el único espacio donde se puede plantar cara seriamente a la intrincada dialéctica de la suerte y el destino.

Al parecer ya no creemos tener una tarea o misión que realizar en e! planeta y tampoco hay un legado que nos sintamos obligados a preservar o del que seamos guardianes. La preocupación por cómo se gobierna el mundo ha cedido paso a la preocupación por cómo se gobierna uno. No es el estado del mundo, junto con sus habitantes, lo que tiende a preocuparnos y causarnos inquietud, sino lo que es en realidad un producto final del reciclaje de sus barbaridades, sandeces e injusticias, un producto final que nos causa una incomodidad espiritual y un vértigo emocional que desbarata el equilibrio psicológico y la paz mental del individuo preocupado.